A propósito de la Navidad, el discurso de paz, amor y la solidaridad se escucha más a menudo. En las oficinas aparecen las cenas improvisadas, los amigos secretos y esos compromisos son pretextos para promulgar el compañerismo. Está bien, para ‘disque’ promover el compañerismo y olvidar, por un momento, el trabajo del año.

Pero, ¿hasta qué punto somos compañeros al asistir u organizar estos eventos? Un amigo, que en Twitter prefirió no ser mencionado, me dijo que eso nada tiene que ver con el compañerismo y es cierto. Por ejemplo, qué se hace, como grupo, para mejorar la calidad de vida de los compañeros en todo el año. Para mencionar algo, cómo se organizan para hablar de algo que no está funcionando con el jefe.

Es gracioso, pero en conversaciones, entre compañeros, todos muestran descontento de una u otra cosa. Sin embargo, el rato de hablar, todos prefieren callar. Y bueno, no hay que culparlos, es un trabajo y lo mejor es quedar bien con el jefe. Pero luego no vengan a postularse al mejor compañero del año, ¿no?

Eso no es todo. Al compañerismo hay que sumarle tratos preferenciales que son manejados como secretos de estado. ¿Eso es compañerismo? Invitamos a todos a ser transparentes, pero cosas que son laborales se las maneja con tal recelo que ¡puff!, como dice el Presi, aparece la doble moral.
Entonces, para no caer en el discurso triunfalismo de ser el compañero del año, preferí manejarme de lejos en esta Navidad. Al fin y al cabo, me pagan por trabajar y mientras no genere un mal ambiente laboral estoy en mi derecho de no formar parte de algo que no comparto. Así que mejor decidí jugar con amigos que no son secretos.